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La Leyenda del Cristo Negro de Salamanca

La Leyenda del Cristo Negro de Salamanca

Hace más de 450 años, cuando las tierras del centro de México aún temblaban con los ecos de la conquista, nació una leyenda que aún hoy se cuenta entre susurros y oraciones.

Dicen que en aquellos tiempos, entre 1545 y 1560, un grupo de indígenas alzados contra los soldados españoles fue acompañado por una figura especial: un Cristo agonizante en la cruz, que los guiaba y protegía como si el mismo cielo caminara entre ellos.

Aquel Cristo se quedó en el pueblo de Jilotepec, en lo que hoy es el Estado de México, donde fue venerado con fervor. Pero el destino de esa imagen no era quedarse ahí… sino emprender un viaje divino.

TODO COMENZÓ CON UN SUEÑO

Un poblador de Jilotepec soñó con #Jesús, quien le pidió llevar la imagen a otro lugar, y le dio una señal clara: “Al despertar, si la ves clavada en la tierra, ese será su nuevo hogar”.

Y así fue. La imagen amaneció clavada al piso. El hombre, convencido de que tenía una misión sagrada, la levantó y emprendió el viaje. Pero los habitantes de Jilotepec, celosos de su Cristo, lo persiguieron para recuperarlo.

Una noche, mientras huía, el hombre escondió la imagen. Al amanecer, al encontrarla… ya no era la misma.

Su cuerpo se había tornado negro como la noche, como si el mismo Cristo hubiera tomado el color de la oscuridad para ocultarse de sus perseguidores. Un milagro. Un mensaje. Una señal.

Conmovido, el hombre siguió caminando hasta que, un Martes Santo, llegó a las tierras de Salamanca, Guanajuato. Y allí, ante la mirada de los fieles, el Cristo Negro volvió a clavarse en la tierra.

Fue entonces cuando todos supieron la verdad: Jesús había elegido quedarse.

Desde ese momento, la imagen fue colocada en lo que hoy conocemos como el El Santuario Diocesano del Señor del Hospital y San Bartolomé Apóstol, y no ha dejado de ser visitada por millas de peregrinos que llegan cada año, buscando consuelo, paz… o quizás un milagro.

Según la tradición, ese momento ocurrió entre 1560 y 1561. Y desde entonces, el Cristo Negro permanece en Salamanca, como guardián espiritual de su gente, como testigo de la fe que se niega a apagarse, como símbolo de un amor tan profundo… que hasta cambió de color para cumplir su destino.

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